Todo es tan nítido, tan evidente, como las construcciones salvajemente urbanizadas y las carreteras que nos llevan al fin del mundo, con sonrisa dominguera, en los cada vez más potentes todo-terreno. Todo es tan claro, a pesar de ser tan oscuro, como el dominio sobre las cosas que ejerce el dinero rápido, la comida rápida, los raquíticos instantes de ocio y de descanso. Nada parece abandonado al libre albedrío del reposo. ¿Cómo dejar tiempo al pensamiento, cómo darle virtud a arma tan peligrosa?.
La nueva medicina para espíritus cobardes es el poder de lo frenético, la moderna cantinela de la velocidad y del ritmo. Automóviles que transportan sin pausa desde la masa a la aglomeración en los lugares más prestigiosos que hay en ninguna parte. Programas de televisión especialmente preparados para abrasarnos los sentidos. Películas que son sólo desenlace sin lazada. Música de ausencias, esencias y volúmenes irrepetibles. Y por último ese estar siempre presente de los móviles –o de los celulares como gusta decir un buen amigo -, ese estar siempre presente para nunca estar en ningún sitio. Es el imperio del espejismo, la gloria de la inteligencia derrotada.
Y detrás, detrás de la pantalla, del muro infranqueable, del vallado que protege a los elegidos, está todo lo demás, tan nítido, tan evidente, tan a flor de piel como la piel de los desnudos, de los sin patria, de los que protestan, de los impíos, de los esclavos, de los que van despacio por los senderos porque solamente tienen sus pies para llevarlos.
Ahí, en las pequeñas ínsulas, en los mínimos espacios en donde aún la imaginación es un bien preciado, en los lugares en donde se sabe disfrutar de una conversación sin que se parezca a un anuncio de café torrefacto, es donde me gustaría situarme sin que los rayos láser y el bombardeo cotidiano me alcanzaran.
Resistir, para los furibundos altavoces de la medianía, es ser un náufrago, un perdido explorador que se arrastra por el desierto, o tal vez, un loco entre los cuerdos. Pero yo me digo quedo, entre el silencio irreductible, que, a pesar de la mala prensa que padecemos, resistir es más bien ser cuerdo entre los locos. O tuerto entre los que no quieren ver.
Nota: Recupero aquí una columna escrita hace más de 10 años que sigue teniendo, a mi parecer, vigencia resistente.
Y la nave va.