Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 27 de febrero de 2013

Yolanda

Entonces teníamos la misma edad. No llegábamos a los veinte y seguro que creíamos que no había más muros para nosotros que el horizonte.
Pero su muerte en los periódicos hizo su rostro dolorosamente familiar para aquellos que, sin conocerla, compartíamos edad e ideología. Y su cuerpo en tierra cubierto con el jersey grueso que hacían nuestras madres, las manos como pajarillos, la noche brutal e inanimada, todo, acabó por advertirnos de que existían cunetas y murallas. Y que en ellas campaban diestros matarifes que se harían dueños de nuestras pesadillas. 

Ocurrió hace más de treinta años en un Madrid demasiado lóbrego, pero en estos días la pesadilla regresa, otra vez en los periódicos, como un viento mefítico desde la memoria y las cavernas del Estado.


domingo, 24 de febrero de 2013

La marea

Aquí, cuando la marea llega, se inundan hasta las conciencias de los recaudadores y los guardias jurados (los de menos abolengo y los de inferior rango).
La humedad ocupa tierras que nunca vieron hecho tan extraordinario, y brota, verde, el moho en los rincones del reino.
Aquí cuando llega la marea se convierten en peces los pescados.

sábado, 23 de febrero de 2013

Fantasmas de piedra

Mi abuelo decía que los troncos, para hacerse buenos, tenían que mirar al crepúsculo, "hacia donde termina la calle". Sólo así resultaban mejores, menos tercos, menos agresivos, porque la conciencia del fin les quitaba su ímpetu y resistencia. También el hombre, si piensa en el crepúsculo, se vuelve mejor. Esta regla valía sólo para la madera de objetos que no tuvieran que sufrir fuertes frotamientos ni ser sometidos a esfuerzos inhumanos. Los patines de los trineos de la leña y del heno o los patines de hielo, en cambio tenían que ser duros, extraídos de hayas malvadas, curadas con el morro hacia septentrión. El morro de una planta quiere decir la parte más gruesa, el metro y medio basal. Mirando el frío norte, la madera se endurecía de manera extraordinaria, reaccionaba, criaba coraza de acero. Para completar el temple de hueso era necesaria una mano de luna menguante, en diciembre y enero. Febrero era ya demasiado tarde: los troncos sentían el calor, la fuerza del sol que se apretaba contra la montaña acercándose, y entonces renunciaban a defenderse, se entregaban. No era ya tiempo de cura. Aquel era el momento para sustraérselos al sol y meterlos en la oscuridad de los desvanes hasta el retorno de la luna de enero, para después ponerlos de nuevo con la cara hacia septentrión o hacia poniente. Hacían falta dos años al menos para curar un tronco como era debido. Dos años de paciencia y cuidados atentos, como para envejecer un vino. Y todavía mejor si eran tres. Hoy ya no se hace, aquellas usanzas han pasado; dentro de unos años serán remotas, tal vez lo sean ya. De todo aquello que era vida, trabajo, tradición y cultura, no ha quedado huella. A mi viejo pueblo, le queda ya sólo el buen olor a musgo y piedra muerta. Y basta.  


Mauro Corona.
Fantasmas de piedra.
Altaïr   

miércoles, 20 de febrero de 2013

Cabos sueltos

Si 40.000 de las antiguas (futuras) pesetas costaron los globos y confettis de la fiesta de cumpleaños, imaginen lo que supuso la empresa de limpieza que, seguro, tuvieron que contratar después.

domingo, 17 de febrero de 2013

Fin del mundo

Que el Papa dimita es raro pero no es preocupante. El circo púrpura va a continuar, pues les va en ello su negocio.
Lo preocupante es cuando dimiten, sin prisa pero sin pausa, los pobladores de un país alicaído en el que lo rural cotiza a la baja, o directamente no cotiza.
Los que no se mueren en el abandono se van trasladando a las ciudades huyendo del crudo invierno y de la soledad.
Y los que a duras penas resisten parecen robinsones entre la nieve que, a falta de otra cosa, son  hasta capaces de perdonarse ellos mismos los pecados. 

jueves, 14 de febrero de 2013

Cuatro besos


La primera vez alcancé a ver desde lo alto de la cuesta a la anciana que, al final de la calle, se disponía a cruzar por el paso de cebra apoyada en el bastón, frágil, insegura, con sus pasitos cortos.
Pensé que si detenía el coche justo a su altura podía ponerse nerviosa y hacer una  temeraria intentona para llegar más rápido al otro lado. Pensé que se podía caer. Por eso bajé despacio, para darle tiempo a transitar sin problemas.
La señora llegó a la acera y una sonrisa iluminó su cara. A continuación me lanzó cuatro besos con la mano.
En la siguiente ocasión, varios días después, se reprodujo el episodio.
-¡Coño! La señora del otro día, le dije a mi acompañante.
De nuevo bajé a prudente velocidad, mientras decía para mí, -Vamos, señora, déme mis cuatro besos.
La mujer, como la otra vez, culminó lentamente la conquista de la otra orilla, se dio la vuelta hacia mí, me sonrió y dirigió al aire los cuatro besos.

martes, 12 de febrero de 2013

Pessoa


No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y las flores.
También es necesario no tener filosofía alguna.
Con filosofía no hay árboles: apenas hay ideas.
Hay sólo cada uno de nosotros, como una cueva.
Hay sólo una ventana cerrada, y todo el mundo fuera;
y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriese,
que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana.


Poemas de Alberto Caeiro.
Fernando Pessoa



Não basta abrir a janela/ Para ver os campos e o rio./ Não é bastante não ser cego/ Para ver as árvores e as flores./ É preciso também não ter filosofia nenhuma./ Com filosofia não há árvores: há idéias apenas./ Há só cada um de nós, como uma cave./ Há só uma janela fechada, e todo o mundo lá fora;/ E um sonho do que se poderia ver se a janela se abrisse,/ Que nunca é o que se vê quando se abre a janela.//

domingo, 10 de febrero de 2013

La tregua

Además de la observación del Ampelis en Ramales, el sábado dio para mucho más. Nos acercamos al Valle de Carranza en la vecina Vizcaya y rondamos entre la nieve el familiar Valle de Soba, al cual no iba desde niño. Vimos volar buitres y milanos reales.
Al mediodía, como dirían los amigos manchegos, nos "apretamos" unas estupendas alubias con almejas en Lanestosa; y ya por la tarde acercamos nuestros pasos a las canteras de Montehano, por donde volaba el halcón peregrino y se escondía entre las rocas un inusitado treparriscos.
El atardecer nos sorprendía en la ahora solitaria playa de Loredo con la ciudad de nuestros pecados al otro lado de la bahía como extraño telón de fondo.
Y con las mismas para casa mientras olfateabamos el final de la tregua climatológica.

sábado, 9 de febrero de 2013

Ampelis

Vamos a ver a los Ampelis, los pájaros famosos, que dicen en el pueblo por tanta gente como ha ido a observarlos.
Los Ampelis son pájaros del norte, escandinavos y siberianos, y, en principio, es raro verlos por aquí, aunque en los últimos inviernos ya hay otras referencias de este norte cantábrico.
En plena vía principal somos varios los forasteros escudriñando atentamente a los aligustres del otro lado de la calle. Los vecinos curiosean a nuestro alrededor. Una señora mayor se para, retadora, y nos dice: "Hay que joderse. Y todo esto por un pájaro", a lo que respondo con tranquilidad que otros se vuelven locos por ver a once tíos en calzoncillos en medio de un prado detrás de una pelota. Es cuestión de gustos.
Otro paisano, con guasa y provocando, nos dice que esos pájaros vienen todos los inviernos; que harto de matarlos estaba él de chaval.
En fin. Yo creo que más bien se refería a los camachuelos que revoloteaban tranquilamente entre los nórdicos, pero no me apetece pararme a hacer aclaraciones.

viernes, 8 de febrero de 2013

Sueño con serpientes


De un tiempo a esta parte ya no es que sueñe con serpientes.



De un tiempo a esta parte mis pesadillas están llenas de escualos con doble fila de dientes.

martes, 5 de febrero de 2013

Dibujos de viaje (27)

Casa de Sol. La Matica. León.

sábado, 2 de febrero de 2013

Mejor adentro

El día sale áspero. Una ventana de luz entre las nubes me engaña cuando salgo por la puerta con Mayo para su paseo diario. Al poco nos sorprende una granizada que nos hace regresar presurosamente para acogernos a sagrado.
Peor ha sido la cosa para Antonio al que el derrumbe de perdigones helados le ha pillado con sus perros en cruel tierra de nadie.
Breve plática y cada mochuelo a su olivo, que las adversidades climatológicas no admiten demora ni conversación.
Excelente jornada, sin duda, para sopitas calientes y lectura al amor de las mantas.
A ello me pongo.

viernes, 1 de febrero de 2013

Librería 37

Irún (Euzkadi)
Cortesía de Mónica Pérez