Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 28 de septiembre de 2015

La luna roja


Pues sí. 
Anoche me levanté a ver la luna roja.

domingo, 27 de septiembre de 2015

El día en las cuerdas de una guitarra


Nos dan las cuatro de la mañana entre amigos hablando y hablando.
Ya de día camino junto al perro hacia la marisma: Diecinueve garzas reales y un martín pescador.
Luego vamos a celebrar un cumpleaños y nos encontramos con una fiesta flamenca.
Tras la comida buscamos las fuentes de la infancia. Sólo queda una.
Más tarde seguimos hablando. Entre amigos.
Únicamente al final del día nos enteramos de que en Cataluña, como en todas partes, sigue ganando la derecha. 
La misma música de siempre.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

La poesía y los imbéciles

La poesía y los imbéciles
Revista Poesía, Nº 9, Buenos Aires, 1961
Aldo Pellegrini (1903 – 1973)

La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.
Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder.
Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. En ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada “poesía oficial”, poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.
Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.

domingo, 20 de septiembre de 2015

De pantanos, pueblos abandonados y fortines de la guerra

Pico Susarón.

Hacemos un intento inútil por llegar al fortín de la Alboleya. Dicen que es la construcción defensiva más grande que los republicanos hicieron en el Frente Norte. Tenemos que llegar al lago de Isoba en las cercanías del Puerto de San Isidro. Desde allí hay que subir montaña arriba, pero las indicaciones que llevamos son bastante someras.
Camino durante una hora aproximadamente y voy avanzando loma tras loma sin localizar visualmente el fortín. Al final llego a la conclusión de que estoy completamente despistado y de que, por esta vez, hay que abandonar para tomar impulso. 
No obstante, la tarde no se ha perdido. En el camino de Boñar a San Isidro hemos pasado por el pantano de Vegamián (por mal nombre, de Juan Benet). Laudelino nos va señalando lugares bajo el agua al tiempo que nombra los pueblos que una vez hubo allí. También nos muestra al pie de la montaña la aldea de Utrero (si os fijáis la podéis ver en la fotografía). Utrero no se ahogó como el resto de los pueblos, pero perdió con la inundación todas sus tierras de labranza y de pastoreo y fue abandonado poco a poco para llegar al mismo destino silencioso.
Al final de la jornada, ya de regreso, mientras acompañamos a la atardecida volvemos a pasar por los túneles que jalonan la carretera del pantano como quien cruza hacia otro tiempo. 

martes, 15 de septiembre de 2015

Librería 63

Fotografía de Paco Gómez Nadal.                                        Quibdó (departamento del Chocó, Colombia)

lunes, 14 de septiembre de 2015

El rey del río



Hay quien dice que es un pájaro feo, desagradable y que da mala suerte. Sin embargo yo creo que su vuelo es majestuoso.
Supongo que aquellos que tienen prevención hacia los buitres no han escuchado el ruido de sus alas al volar.
En la reciente visita a las Hoces del Duratón, poco antes de conseguir esta fotografía, saludé a una señora que cruzaba como yo entre peñascos con la intención de observar a estas aves.
-Muchos bichos por aquí, le dije.
-Sí, muchos buitres. Pero hay más en otros sitios, me respondió.
-Sí, contesté con un tono con el que quería mostrar que había entendido su comentario irónico.
A continuación, seguí mi camino mientras escuchaba a mis espaldas el final de la broma.
-Y esos no vuelan...
Me temo que en el caso de los buitres, tal vez al revés que en otros, y pese a sus costumbres alimenticias (muy saludables, por cierto, para la naturaleza), el sambenito y la mala fama la reciben de sus homónimos humanos (que tanto y tan bien se despliegan últimamente por el mundo).   

domingo, 13 de septiembre de 2015

Las Hoces del Duratón


Recorremos en el fin de semana las Hoces del Río Duratón. Nos apretamos un cordero en Sepúlveda como es de rigor. Observamos buitres y demás aves sobre el curso fluvial y visitamos las ruinas de dos conventos enclavados en sitios increíbles.
Oxígeno y más oxígeno. 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

La zancadilla


Tengo que reconocer, en primer lugar, que un servidor tiene sus filias y su fobias, supongo que como cualquiera, en lo tocante a lugares, pueblos, países y gentes, fruto por lo general de experiencias vividas. También tengo que reconocer que en Siria fueron buenas y en Hungría, aunque no todas, las hubo malas. 

Las imágenes que acompañan están muy vistas y, pasados los primeros momentos, el impacto irá decayendo en la vorágine de escenas tristes y miserables con que parece que nos alimentan. Por tanto no voy a describirlas, porque a estas alturas quién más quién menos ya sabe de qué van.
Sin embargo, sí me apetece contar que esta mañana me tomaba un café en la barra de un bar y a mi lado un parroquiano le explicaba a su interlocutora el suceso, entre sorbo y sorbo de café y mordisco de cruasán, de este modo: "Y no veas la zancadilla que le metió. JODER, QUE RISA. Parece que ya la han despedido..."

Al "desayunante" solamente le faltó preguntarse en voz alta, ante la indiferencia de la chica que apenas le escuchaba, por el  motivo y la gravedad de la decisión de despido de esta periodista impresentable.
A mí me faltó preguntarle en dónde estaba la maldita gracia.

Lo dicho, uno tiene sus filias y sus fobias.


lunes, 7 de septiembre de 2015

Librerías

Cada día desaparecen en España dos librerías. Si fueran bares no importaría, porque hay cerca de un millón, pero las librerías no llegan a 5.000, con lo que, al ritmo al que vamos, en 10 años habrán desaparecido todas. Ya ha ocurrido, de hecho, en ciudades como El Ejido, que con 100.000 habitantes no tiene una sola librería abierta.
A estas alturas de la columna muchos lectores habrán dejado de leerla convencidos de que no va con ellos, ya que compran los libros en Amazon o se los descargan directamente de Internet, pero yo les pediría un poco más de paciencia aunque solamente sea por consideración a unos establecimientos en los que durante siglos y todavía hoy hemos hallado refugio al igual que en los bares y en los cafés, que también están desapareciendo para nuestra desgracia. Últimamente, parece que todo lo que no sea moderno, entendiendo por moderno todo aquello que nos aleje de los demás, está condenado a desaparecer.
Las librerías son, pues, sólo unas damnificadas más de un mundo que es cada vez más virtual y menos tangible y que considera el contacto humano anticuado y una pérdida de tiempo; un mundo que prefiere la irrealidad del ordenador y la soledad de los no lugares, ya sean grandes superficies, supermercados con dependientes autómatas, estaciones de servicio en las que ni siquiera hay vigilante ya o cafeterías self-service, al comercio de siempre y al empleado de carne y hueso, ya sea éste camarero, farmacéutico, tendero o dueño de librería. En el caso de los libreros, además, su oficio lucha contra otro mito de la modernidad virtual, que es el de que el papel se acaba.
Será que uno está acabado también o que se niega a aceptar una forma de vida que hace de la deshumanización su norma, lo cierto es que cada vez más reivindico lo real, entendiendo por real lo que se puede tocar, da igual que sean cosas o personas. Si se trata de cosas, prefiero que tengan peso, que sepan y huelan a algo, y si de personas que uno las pueda reconocer y nombrar, hablar con ellas y hasta hacerse amigo. Y eso, nos guste o no, es inviable pretender hacerlo con la cajera de la estación de servicio, de la cafetería self-service o de las plataformas logísticas con millones de libros apilados que te sirven por correo sin necesidad de contacto humano ninguno. Yo me resisto a ello y, por eso, cuando alguien se sorprende o me afea mi conducta por no tener blog ni cuenta de Twitter ni pertenecer a ninguna red social de esas en las que haces miles de amigos virtuales, ninguno de los cuales acudiría a tu entierro, contesto que soy más de bares. Y de librerías.

Julio Llamazares
El País. 07-09-2015

viernes, 4 de septiembre de 2015

El rincón de pensar


¿Adónde han ido todas las flores?



Marlene Dietrich interpretando"Where have all the flowers gone" de Pete Seeger en alemán.

jueves, 3 de septiembre de 2015

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Vuelta a las andadas


Pues sí, señores. En este norte imaginario el verano (igual de imaginario) se desploma de la noche a la mañana. Se acaba el espejismo. Regresa el verde oscuro y el gris como únicas tonalidades en la paleta del pintor que nos tocó en suerte. Regresa esa humedad que nunca nos abandonó del todo. Regresa ese silencio de oídos taponados, aderezado solamente por las gotas de lluvia al caer. Esa eterna sinfonía.
Se fueron los turistas.
Y las moscas andan ya con muy mala salud.  

martes, 1 de septiembre de 2015

Un día perfecto

Más allá de calidades cinematográficas, en las que no quiero ni debo entrar, hay pocas cosas que me causen más satisfacción que esos días en los que salgo del cine con buenas sensaciones y con la impresión de que me han contado una historia que consigue erizarme la piel. 
Que conste que Fernando León de Aranoa, director de "Un día perfecto" tiene por anticipado mis parabienes, tanto en sus trabajos cinematográficos como en los literarios, desde "Caminantes", "Los lunes al sol", "Barrio" o "Aquí yacen dragones".
En un día perfecto no tendrían que suceder muchas de las cosas que nos narra la película del mismo título. Sucesos, por otra parte, que no deseo desvelar por si alguien se siente atraído por la película; pero muy pocas escenas cinematográficas me han emocionado tanto como las que subraya la canción de Pete Seeger, "Where have all the flowers gone", al final de la cinta: la casa en ruinas, las miradas a través de los cristales del autobús, la abuela que camina tras sus vacas, el perro bajo la tejavana protegiéndose de la lluvia. Esa lluvia que todo lo complica y todo lo soluciona.