viernes, 29 de junio de 2018

Reencuentro

 
Anoche, en la Teatrería de Ábrego, se produjeron algunos hechos inusuales con motivo de la presentación del nuevo y especial trabajo del músico Robert Navarro. Por un lado, escuché musicados tres poemas míos que me llenaron de placer pero, a la vez, me parecieron como golondrinas que volaban por el aire alejándose de mí. Y por otro, la tarde y el lugar fueron propicios para un encuentro, si no inesperado, sí al menos poco habitual, dadas, imagino, las ocupaciones y las trochas que cada uno de nosotros hemos ido tomando a lo largo de los años.

Los dos amigos que me flanquean hicieron conmigo los cursos de E.G.B. en la Escuela de Porrúa.  Juntos asistimos a las clases de B.U.P y C.O.U. en el Instituto José María Pereda y juntos nos hicimos maestros en la Escuela de Magisterio de la Calle Cisneros.
Al mirar la fotografía, intento recordar si en ese camino, en el que los tres concurrimos a la vez, coincidió alguno más de los compañeros que entonces teníamos, pero tengo la sensación de que no. Demasiadas bifurcaciones.

Con uno de ellos aprendí mis primeros rudimentos de fotografía y jugué al fútbol en la plazuela del Barrio Obrero. Con el otro, en el aula de Bachiller, cuando las clases se ponían eternamente aburridas escribí mis primeros versos de urgencia y asistí, más tarde, a sus inicios en el laberinto de los escenarios y sorprendí en él el fulgor de aquellos que tienen claro lo que quieren hacer con su vida. 

Han pasado los años y hoy, aún más, sigo teniendo la sensación de que existen lazos invisibles que nos acercan, solitarios y emotivos nudos que se ataron en otra edad  y que, a pesar de todo, perviven silenciosamente más allá de las distancias y de las herrumbres del tiempo.

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