Decía Bertolt Brecht que “hay muchas formas de matar”, a lo que se puede añadir aquello de que tan asesino es el que dispara como el que justifica, ordena o incita a hacerlo. De hecho, en el ordenamiento jurídico, probablemente en todo el mundo, existe la figura del autor intelectual de un delito.
Desde ese punto de vista todos los que se rasgan las
vestiduras, lloran y crujen dientes, o bien llaman miserables desde tribunas
mediáticas a quienes no se rasgan la ropa, ni se lamentan ni rechinan sus
molares por la muerte de un tal Charlie en un campus de Yankilandia, deberían
dejar la primera piedra en el suelo antes de arrojarla.
No, el muerto no era solo un brillante debatiente, que tal
vez. Era un autor intelectual que defendía la posesión y el uso de armas en un país que
no necesita gasolina para prender el fuego. Un claro ejemplo de los personajes,
demasiados hay, que a hierro matan y a hierro mueren.
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