Seguramente serán los mismos que se rasgan su camisa azul (que tú bordaste en rojo ayer) cuando alguien se permite la menor ironía contra sus creencias, y enarbolan a toda leche el estandarte del delito contra los sentimientos religiosos, los suyos, sacrosantos, no los de los infieles, dónde va usted a parar. Pero si usted se da un paseo por la mayoría de los comentarios de los lectores (lectores por decir algo) de medios de comunicación cántabros como El Diario Montañés o Ifomo Noticias sobre el atentado de ayer en la sede del PSOE, en Santander, podrán comprobar que más que comentarios son excrementos.
Y, tal vez, los propios medios mencionados y el sistema judicial de este país, además de la ciudadanía al completo, debe empezar a tomarse en serio que, cuando alguien desde el presunto anonimato de las redes desea el mal, que por fortuna en este caso no ha sucedido, o anima a que suceda, no está haciendo uso de su legítimo derecho a la libertad de expresión, sino que está facultando cobardemente un delito de odio y enalteciendo al terrorismo.
No hablamos ni de colores, ni de partidos, ni de tendencias políticas. Hablamos de nuevo de vivir y de convivir. Esa convivencia que esa caterva de seres de inframundo está dispuesta a reventar a base de explosivos reales y morales.
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