Cuando los partidarios de las
“extracciones” de lobos (y también de determinados eufemismos por lo que se ve)
sueltan comentarios embadurnados de bilis en redes sociales suelen basar sus
inteligentes y fundamentados planteamientos en tres o cuatro mantras
aprendidos. A saber:
-Si no fuera por los ganaderos de
qué os ibais a alimentar.
-Esos ecologistas de ciudad,
señoritos que no tienen ni idea de lo que es el campo.
-Si tanto quieren a los lobos que
se los lleven a su casa.
-A que no os atrevéis a defender
al lobo en… (ponga el nombre de cualquier lugar en lo más intrincado de la
ruralidad).
Hay que partir de la base de que
existe, por parte de quienes se refugian en argumentos (¿argumentos?) de tal
calibre, una errónea mentalidad supremacista, por no decir imperialista, que los
lleva a pensar que ellos son, invariablemente, el centro del universo y, por
tanto, los dueños del “prao”. Pueden parecer exageradas tales afirmaciones, más
que nada por el tufo pedestre y cortoplacista que asoma en cada una de sus
manifestaciones, pero qué otra cosa se puede pensar de los que se consideran la
despensa del mundo y los detentadores únicos de la sabiduría en todo lo que se
relaciona con la madre natura, cuando en muchas ocasiones son solamente los
depredadores máximos de la misma.
Mención aparte tienen las
siguientes afirmaciones. Lo de que los que defienden la persistencia del lobo
se los pueden llevar a su casa es, ni más ni menos, lo mismo que los mismos (o
los de su misma tendencia ideológica) utilizan cuando se habla de inmigrantes
en general o de menores no acompañados en particular. A todos se les tacha de
delincuentes sin el menor empacho y sin la menor prueba, del mismo modo que basan
la peligrosidad de los lobos para la integridad del ser humano en terroríficas
leyendas medievales.
Lo cierto es que, desde tiempo
inmemorial, los lobos ya están en su propia casa, al contrario de aquellos que
invitan a que sean realquilados en las casas de los demás.
Y, por último, la propuesta
retadora final no deja de ser una amenaza que, sobre el papel, parece hacer a
los “extractores” más peligrosos que los propios lobos. ¿Es eso en realidad?
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