Mirar de frente a cada rato, a cada paso,
como si la confianza no tuviera límite
y los abismos que hay en los otros
fueran nada más que un reflejo mustio
del que se encuentra ante al espejo
en el que nos miramos.
Mirar de frente,
con dulzura,
con audacia,
sabiendo como sabemos
que donde no hay precipicios
hay horizontes.
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