El otro día fui testigo involuntario en una cafetería a la que acudo en ocasiones de cómo un hombre, originario de algún país del este de Europa, explicaba a la camarera lo que era el "sol de brujas", una expresión bastante popular en mi infancia que daba nombre a ese sol equívoco que a veces refulge en días de lluvia. El parroquiano que, a juzgar por su dominio del castellano, imagino que lleva bastante tiempo en este país, acotaba geográficamente esa expresión indicando que se utilizaba con mayor frecuencia en el resto de Cantabria, más que en la propia ciudad de Santander. No sé si es cierta esa afirmación, pero su perorata no deja de demostrar una cierta adaptación a los usos y costumbres del lugar en el que vive. Cuestión que confirmé sin duda alguna poco después, cuando al abandonar la cafetería encontré al buen hombre depositando concienzudamente moneda tras moneda en la omnipresente máquina tragaperras del local.
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