Mientras espero en una cafetería frente al puerto a las personas con las que he quedado, miro distraídamente un programa de viajes en la televisión. Las imágenes me llevan a un primitivo poblado del Amazonas en el que los nativos, sorprendentemente, utilizan unos pantalones cortos deportivos de brillantes colores, que colmarían las expectativas de cualquier jugador de fútbol.
Luego, la vida real me trae de vuelta al bar con el lógico abandono de tan exóticos lugares y, a medida que van llegando mis conocidos, me dedico a los saludos, las frases de cortesía y a una conversación más o menos ingeniosa.
Más tarde llega el momento de las despedidas: “Adiós, adiós, ya nos veremos, hasta la vista…”. Cuando ya no queda nadie me levanto de la silla, me ajusto el taparrabos y, mientras salgo por la puerta, voy acomodando a mi espalda el arco y todas mis flechas.
Luego, la vida real me trae de vuelta al bar con el lógico abandono de tan exóticos lugares y, a medida que van llegando mis conocidos, me dedico a los saludos, las frases de cortesía y a una conversación más o menos ingeniosa.
Más tarde llega el momento de las despedidas: “Adiós, adiós, ya nos veremos, hasta la vista…”. Cuando ya no queda nadie me levanto de la silla, me ajusto el taparrabos y, mientras salgo por la puerta, voy acomodando a mi espalda el arco y todas mis flechas.
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