Presentación de la poeta Raquel Serdio en la I Feria del Libro de Miengo.
Conozco a Raquel Serdio desde hace muchos
años. Más allá de los tiempos de (H)ala!, una revista poética en la que estuvo
embarcada cuando empuñar el timón de publicaciones como aquella era cosa de
héroes y heroínas. Aunque hay que reconocer que en eso desde entonces apenas nada
ha cambiado y la poesía, una enferma con muy buena salud, hoy como en aquellos
días, sigue teniendo un prestigio que muy pocas veces se ve respaldado por un
seguimiento habitual.
Intuyo, por sus escritos y por alguna que
otra conversación, que para Raquel escribir poesía es cosa de orfebres, un
oficio milenario que exige delicadeza y respeto por aquellos que hicieron,
antes que ella, de esa labor un camino de perfección.
En sus poemas, si tienen el buen juicio de
saborearlos y de disfrutarlos echándoles un poco de tiempo, encontrarán la
palabra justa, sin necesidad de adjetivaciones excesivas que entretengan. Algo
a lo que, en demasiadas ocasiones, nos acostumbran algunos muñidores de versos
y algunos poetas-torrente, especialistas en limbos ajenos y en ombligos
propios.
En
Raquel Serdio la precisión, esa anhelada economía del lenguaje con criterio,
tan difícil a veces, siempre está destinada a un fin. En realidad a una doble
finalidad: la hermosura de las imágenes y el combate de las ideas. Intercalar ambas con maestría, como es el
caso, es la esperanza que, como a mariposas amarillas, perseguimos con mayor o
menor suerte el resto de los aspirantes a poetas.
En sus poemas, tan apegados por lo general a
sus orígenes, a sus ancestros y a una tierra boscosa, sombreada de brumas, que
reconoce como suya, se encuentran los mimbres que, además de formar parte del
título del libro que hoy presenta, “Mujeres de mimbre”, cohesionan, a mi
juicio, no solo su modo de entender la literatura sino también la vida. Por
ellos, por sus poemas, cruza ella y cruzan todas las mujeres que antes que
ella han sido depositarias y guardianas
de un legado que saben valioso y del que también saben que no les pertenece del
todo porque ha de perdurar pasando de memoria en memoria.
Esa es la misión encomendada: El orgullo de perdurar
que es ni más ni menos que resistir. Sostener el testigo de esa media humanidad
que representan las mujeres que dan título a un libro que, más allá de su
estructura poética, tiene vocación de estudio etnográfico, aunque trascienda
más allá, sobre la realidad pasada y presente de su tierra cabuérniga.
El libro de Raquel, “Mujeres de mimbre”, se
abre en dos partes, en una mágica dualidad que a mí me recuerda al antiguo
grito feminista y proletario que reivindicaba el pan pero también las rosas. La
primera, más social, mantiene el título genérico, y se abre al mundo mostrando
la encarnadura de esas abuelas y madres que nos han ido conformando. En la
segunda parte, “Hijas de Araña”, se desvela
un recorrido mucho más íntimo por las estancias privadas de esa mitad de
la humanidad que mencionábamos antes.
Esa
mitad de la humanidad que, como una araña laboriosa va tejiendo nuestro abrigo
y sosteniendo los cimientos de nuestra casa, y que como nos cuentan los versos
de la poeta, son “mujeres que agarran la vida con el centro de sus manos”,
“mujeres vigorosas, hijas del viento y de la tierra”, “mujeres que encajan la
desgracia”, “mujeres en tránsito, nómadas del corazón”.
Mujeres en tránsito, nómadas del corazón.
Tengan en cuenta, antes de finalizar, que por
un verso como éste cualquier autor quemaría sus naves o vendería su alma al
diablo sin dudarlo.
Así que sean bienvenidos a esta inusual Feria
del Libro y no se resistan. Solo es poesía. Algo consustancial al ser humano y
que, aunque parezca mentira, absolutamente todos venimos practicando, música
mediante, desde el más brumoso origen de los tiempos. Háganse un favor. Adéntrense
en esa niebla tan tentadora y descúbranla.
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