La taberna de Galiana, con su enseña del buey borracho -casi un buey portugués, de cuerna amplia y abierta- era muy visitada por los viajeros que iban de la Bretaña a Galicia por el camino de los mares. En la taberna de Galiana hacían los viajeros la última noche de su romería. Se dice que bajo la enseña del buey borracho la taberna tuvo, desde la más remota antigüedad, fama extraordinaria, y que era cosa corriente que en ella sucedieran prodigios. El dueño de la taberna era un bautizado orensano, el Casalón, gordo y reidor, hablador empedernido, algo bebido siempre y buen cristiano. Estaba casado con una moza bretona, hija de un senescal -esto de senescal es algo menos que un juez municipal- y nieta de una sirena morena por los Redón, que era la familia de su madre. La moza era pulida y fina, dulce y de buen talle, la boquita de piñón, los ojos claros y la rubia cabellera aparcada en tirabuzones. Pero tan suave cosa tenía su genio. Era de aquellas que dicen en el país "tiene su rey en León". Ana, la tabernera, hablaba una media lengua galaico-bretona muy graciosa y enamoraba a los viajeros con su melosidad y dulzura. El Casalón quería un hijo, pero Ana no se lo daba. Era esta la única nube que había en el cielo de la taberna de Galiana, porque los negocios iban bien. Por la taberna de Galiana pasaba mucha gente, y los sábados, en amaneciendo, comenzaban a llegar extraños caballeros y damas, sorprendentes viajeros, inusitados mercaderes..., toda la familia de la gente lunática y del trasmundo, que solo viaja en sábado: médicos de Tule, pastores escoceses, canónigos de Ruán y Compostela, almirantes de Bretaña, violinistas italianos, hijas de sirenas, especieros de la Trapobona... El sábado en Galiana era la corte de los milagros y el retablo de las maravillas.
Álvaro Cunqueiro.
La taberna de Galiana.
Ediciones 98.
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