Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

sábado, 11 de octubre de 2025

El viaje de Julio y el tiempo de las cerezas.

He aquí mi pequeña contribución, ayer, a la presentación del último libro de Julio Llamazares en la Librería La Vorágine de Santander. Acompañar a Julio, por su humanidad, su buen juicio y su saber, siempre es una satisfacción. Que te regale al final una "isla del tesoro" para la colección, ya ni te digo, y compartir con el público, descubriendo a unos cuantos leoneses de la diáspora, la mejor de las conclusiones, que solo queda superada por el reencuentro al final del 75 por ciento de los componentes de nuestro viaje a Chile del año pasado. Nuestro tiempo de las cerezas.  



Acabé de leer este libro de Julio Llamazares, “El viaje de mi padre”, hace unos pocos días en La Mata de la Bérbula, que es el mismo lugar en el que leí hace cuarenta años “Luna de lobos”, su primera novela.

Que también es justo donde empieza y donde termina esta última.

Y la llamo novela a propósito, aunque sé que más bien y estrictamente, debería considerarse un libro de viajes.

¿Pero qué es el Quijote, la novela de las novelas, sino un grandísimo libro de viajes?

¿Y qué decir de los protagonistas de esta historia, Nemesio y Saturnino, Saturnino y Nemesio, dos quijotes o dos sanchos, indistintamente, que como Alonso Quijano acaban conociendo el mar, asomados al Mediterráneo? Protagonistas a su pesar de un viaje que no desean y en unas circunstancias que les aterran.

Porque estamos hablando de la Guerra Civil, ese episodio de nuestra Historia que aún hoy, pasados casi 90 años desde su inicio, marca definitivamente nuestro proceder como país y nuestras derivas.

“El viaje de mi padre” es un corolario dentro de la narrativa de Julio Llamazares porque toca tres de las cuestiones por las que más se le identifica, como son la memoria, los viajes y el abandono de la España rural.

Pero, además, “El viaje de mi padre”, en realidad son dos viajes, que a lo largo de las páginas del libro se van ensamblando y disociando como en un extraño juego de espejos y que nos van a ir mostrando la verdad de dos Españas, que tal vez no sean las del poeta Antonio Machado, pero que, de igual modo, nos pueden dejar helado el corazón.

El primero de ellos, el que justifica el libro, es el viaje de dos jóvenes que aún no han cumplido la mayoría de edad, integrados como radiotelegrafistas en uno de los dos ejércitos contendientes, a una de las más cruentas batallas de la guerra, la de Teruel, en el invierno entre 1937 y 1938.

El segundo viaje es el del narrador. Es, sin duda, un homenaje hacia su padre, pero también a todos los hombres y mujeres, de un bando u otro, que perdieron esa guerra. Pero no solo. Es además y sobre todo un viaje hacia la memoria. El propio autor se lamenta en diferentes partes del libro de no haber escuchado a su padre con la atención precisa cuando debía haberlo hecho. Algo que, por otra parte, nos ocurre a la mayoría.

De ahí que nuestra memoria, deudora de silencios, esa que anhelamos recuperar, se haya ido cosiendo, como la del narrador, con hilvanes de verdades y de conjeturas.

Como si de pronto Telémaco se pusiera a contar el viaje de su padre, Odiseo, a la Guerra de Troya, Julio Llamazares va a debatirse en esa niebla existente entre ambos extremos, la verdad y la conjetura, a lo largo de todo el libro. Y de ello nos hará partícipes a todos sus lectores para que, al final, con dudas o sin ellas o envueltos en el misterio, y en una muestra de verdadera memoria colectiva, en las estribaciones de la Collada, de Peña Negra y de Peña Morquera, a las afueras de La Matica, en lo que fue el límite del Frente Norte, cada uno de los lectores del libro podamos decir también…

… “Fui y volví”.

 

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