El invierno, a veces, afloja su abrazo y entonces se abren las nubes, se filtra la luz y la vida, titubeante, sale al jardín de la tierra para ver el paso del tiempo en la evidente mutabilidad del deshielo, en la carrera vertiginosa de los arroyos, en las gotas de agua que golpean despacio sobre los pequeños y tímidos brotes de los árboles. También en la charla demorada lejos de la modernidad y del futuro. En un presente que nos invita a disfrutar del inmenso placer de estar vivos.
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