A veces uno no quiere ponerse espejo, cristal translúcido, muro de hormigón, plancha de hojalata, barrera de aduana, pared de ladrillo. Tampoco quiere ser diente de tigre, fuego de dragón, púa de erizo. Olvida la necesidad del camuflaje, quedarse quieto, hacerse el muerto. Fugarse, abandonarse, salir por la tangente, escapar de la burbuja.
Y entonces comparte un café, viaja por la Terra Alta sin moverse de la orilla del mar, contribuye a la expansión de las cualidades del apio en los cocidos de garbanzos o se admira de la capacidad viajera del chorizo de León.
Y si hay suerte, aguanta la respiración por el hombre del trapecio y se estremece a la puerta de una iglesia en la ciudad de Toro.
Oh, esos músicos de colores de la Colegiata!
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