Se le encogió el corazón al recordar aquellos tiempos, cuando trabajaba con fervor por construir un nuevo país, mejor y más justo. Qué contenta regresaba a Teherán por las noches, en autobús. Sentía una verdadera comunión con la ciudad, que parecía electrizada, que bullía de expectación y entusiasmo por lo que le brindaba no sólo el futuro, sino también el presente. Azar no veía la hora de llegar a casa, al diminuto apartamento donde Ismael estaría esperándola. Aún recordaba cómo, con sólo ver el resplandor de la lámpara del salón a través de las cortinas, le brincaba el corazón de alegría. Noche tras noche, aquella luz, señal de que Ismael estaba en casa y que ella pronto descansaría entre sus brazos, hacía que sonriera y se le acelerara el pulso mientras subía las escaleras a toda prisa. Cuando entraba en el piso, el olor a arroz hervido llenaba su olfato. Ismael iba a su encuentro, la rodeaba con los brazos y le decía "Khaste nabaashi azizam", "Ojalá nunca te canses". Y entonces ella preparaba un té, y mientras lo tomaban sentados junto a la estrecha ventana que daba al patio arbolado ya sumido en la oscuridad, él le hablaba de Karl Marx y ella le leía poemas de Forugh Farrokhzad.
A la sombra del árbol violeta
Sahar Delijani
Narrativa Salamandra.
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