Y sí. Para nosotros también fue un placer y un orgullo su estancia en Santander, las charlas demoradas y los paseos del mar.
LA SURADA
Fui, vi y soñé, podría ser la paráfrasis de un
campeador sin caballo. En ese orden de ideas fui a la III Surada en Santander y
me encontré con un grupo humano fraterno y crítico a la vez, con una membresía a
algo invaluable: la amistad. Vi a la poesía en traje de fatiga, sin solemnidades
ni alamares echándose a la calle, Y supe que no era un simple sueño lejano pues
ocurría en la vigilia.
Esos tres pasos amorosos, ir, ver y soñar, me
llevaron en forma circular a encontrarme con la poesía, ese "pensamiento
desinteresado" y sin servidumbres, en un evento que ocurre muy a su antojo y a
espaldas de cualquier llamado del desaliento, tan en boga en el mundo.
La poesía crítica o, mejor aún, el espíritu crítico
y libre siguen acá y allá andando por caminos inesperados, valga decir
independientes.
Así fue para mí el ámbito cálido de La
Surada.
Llegué a Cantabria, a Santander, con los ojos
tranquilos que se fueron llenando de asombros.
El primer asombro: las lecturas diversas, en
matices y tendencias de un grupo de poetas que no se conforma con cantar la
misma tonada. También la danza contemporánea y las lecturas experimentales. La
poesía bajo el cobijo de una carpa o en un museo del mar entre fósiles de
animales que fueron nuestros parientes. Ah, y la emoción de ver un público que
acude a la fiesta con el brazo dispuesto al abrazo. Todo esto me llegó como a un
boxeador un segundo aire. Así que volví a mi país cargado de sueños
renovados.
En lo personal, cómo olvidar que los amigos de "La
Vorágine" tenían para mí la edición de uno de mis libros y, más allá del goce
editorial, algo que prevalece sobre unas letras: la espontánea y generosa
recepción al desconocido.
Pocas veces he sentido más entrañable afecto sin
afectaciones. Entre despertar en un hotel que a la vez es un "jardín secreto" e
ir a ver las pinturas en las piedras trazadas por una parentela de fantasmas;
entre las largas conversaciones y el choque leve de una copa; entre los lentos
paseos y una breve estación en la farmacia de un secreto dador de grajeas de
libertad llamado León Felipe, se me fueron los días. Pero no se fugan los
recuerdos. Me acompañan cargados de los rostros y paisajes de Cantabria.
Qué bueno que siga soplando buen viento para la
poesía en esa región encantada.
Juan Manuel Roca.
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