Hace poco me preguntaba Rafa si el nombre de Peña Galicia no vendría dado porque desde su altura llegaran a vislumbrarse las tierras del Finisterre. No lo sé. Tal vez en días claros y con una buena vista y mejor imaginación, aquel que accede a cualquiera de sus dos cumbres sea privilegiado con paisajes de ensueño en lugares remotos más allá de la quimera.
Lo cierto es que a mí, y desde otro lugar hermoso, me ha sido dado, hace poco, observar, allá a lo lejos, los montes de la aldea en la que he pasado los últimos días. Y todo parece tranquilo, silencioso. Un tapiz de cumbres al fondo. La obra enajenada de una maga sin orden ni leyes.
Y yo, admirado, me siento en el prado mientras cae la noche y espero a que ella termine el trabajo.
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