Mientras Marx y Engels redactan el Manifiesto Comunista
y un fantasma voraz recorre Europa, la olvidada Mary Burns
camina desde los arrabales hacia la fábrica
por calles oscuras que flanquean edificios de ladrillo rojo
y humo negro.
Sus manos, a los veintitantos años, son grietas de hilos de
algodón,
estigmas tan rotundos como el frío de la madrugada
o la línea de ferrocarril que atraviesa los campos silenciosos
entre Liverpool y Manchester.
Mientras Marx y Engels transforman en palabras visionarias
el hacinamiento y las enfermedades
de aquellos que malviven como Mary Burns,
ella labora quince horas al día al fondo de un barracón
entre telares,
y el estruendo que provoca el hambre,
entre penurias de paños grises,
en el estupor preciso del alcohol,
frente a un horizonte de cadáveres que llegan a la muerte
con la puntualidad de las sirenas que cierran la jornada,
con la rutina de los días incoloros y la miseria entendida
como uno más de los medios de producción.
Mientras Marx y Engels hacen acopio de razones para la
revolución,
Mary Burns como Virgilio conduciendo a Dante de la mano,
es quien les regala las razones, una a una, golpe tras golpe,
cuando muestra a los insignes alemanes,
entre talleres, cuartuchos y vertederos,
la verdadera y única faz de los infiernos.
MCH
Gracias por el poema, Mariano. Para que luego vengan algunos a decir que el marxismo no es un humanismo. Bien claro refutas eso con tus versos.
ResponderEliminarLeyéndolo me entran ganas de hacerte llegar mi último libro. Si te apetece recibirlo, puede mandarme tu dirección a:
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Un abrazo fraterno,
Jesús Aller