Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 22 de septiembre de 2017

Los grandes cementerios bajo la luna



Lejos ya de Normandia y de las playas del Desembarco, con sus restos arqueológicos, el turismo en oleadas, las exaltaciones patrióticas, el fervor pacifista cuando la guerra es en casa de los otros, no dejo de pensar en el libro de Georges Bernanos. Cierto es que la guerra a la que apuntaba el escritor francés era otra (la nuestra), y sin embargo era la misma. O tal vez el antecedente, o quizá la consecuencia de la anterior. Qué más da, si todas las guerras son la misma guerra y en su singularidad conllevan el mismo horror.
Pienso en el libro de Bernanos mientras miro las cruces blancas y las estrellas de David en el cementerio norteamericano, mientras veo el gentío que se reparte entre las tumbas con su flor en la mano, recién entregada por el correspondiente guía turístico al bajar del autobús.
Pienso en el libro de Bernanos mientras camino por el cementerio, bastante menos visitado, de soldados alemanes (21.000 soldados alemanes) en el pueblo de La Cambe. Voy leyendo sus nombres, en aquellos casos en los que no aparece únicamente la triste señal del anonimato, "Ein Deutscher Soldat", y voy de escalofrío en escalofrío cuando compruebo que muchos de ellos no tenían más de diecisiete años cuando dejaron este mundo muertos de miedo, o así me los imagino.  Y pienso en la indecencia que supone morir con diecisiete años. Y sobre todo en la indecencia que es enviarlos a la muerte sin apenas haber vivido.
Y también pienso en todos aquellos jóvenes que forman parte de mi vida. Y mi deseo es que puedan mirar a la luna todas las noches de sus largas vidas. Y que, mientras tanto, hayan conocido el amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario