Para Yolanda en su cumpleaños.
El perro camina nervioso entre los árboles. Tan pronto alza la cabeza y ventea como pega la nariz al suelo y la entierra entre hojas caídas y bellotas. De vez en cuando le llamo y lo tranquilizo, pero es labor inútil. Sigue sus instintos y se acuerda, sin duda, de sus lobos antepasados. Pero a mi me gusta que esté atento y que corra y que disfrute, aunque a veces sea necesario detener su loca carrera tras los espíritus del bosque.
Nos adentramos entre los pinos y los robles y en algún momento parece que escuchamos un leve roce fantasmal a lo lejos. Pero no hay cuidado. Los espectros y los duendes raras veces se dejan ver.
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