Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 12 de marzo de 2018

Ocho montañas

"Levantábamos la vista solo cuando terminaban los árboles. En la ladera del glaciar el sendero se suavizaba, y al salir el sol nos encontrábamos con las últimas aldeas altas. Eran lugares abandonados o casi abandonados, incluso más que Grana, salvo por un establo apartado, una fuente todavía en funcionamiento, una ermita bien conservada. Encima y debajo de las casas el terreno había sido allanado y las piedras recogidas en cúmulos, y también se habían cavado canales para irrigar y abonar, y aterrazado las cuestas para hacer campos y huertas: mi padre me enseñaba esas obras y me hablaba con admiración de los antiguos montañeros. Los llegados del norte de los Alpes en la Edad Media eran capaces de cultivar la tierra en alturas hasta las que nadie llegaba. Eran poseedores de técnicas especiales y de una especial resistencia al frío y las privaciones. Ya nadie, me dijo, podría vivir allí arriba en invierno, con una autonomía total de comida y de medios, como durante siglos habían hecho ellos.
Yo observaba las casas derruidas y hacía esfuerzos para imaginarme a sus moradores. No podía comprender cómo alguien había podido elegir una vida tan dura. Cuando se lo pregunté a mi padre, me respondió a su manera enigmática: siempre parecía que no podía darme la solución, sino apenas un indicio, y que yo tenía que llegar a la verdad necesariamente solo.
Dijo:
-No lo eligieron. Si alguien se queda arriba, es porque abajo no lo dejan en paz
-¿Y quién hay abajo?
-Amos. Ejércitos. Curas. Jefes de sección. Depende."


Paolo Cognetti.
Las ocho montañas.
Literatura Random House.


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