El humilde gorrión pajarea entre las hojas del naranjo
mientras a su vera vaga un mosquitero entre mosquitos
a los que el tiempo y la experiencia aún no les advirtió
de que son, precisamente, el plato de la cena.
Una banda de estorninos se reúne en el cable
poco antes de pintar sobre el aire la más hermosa nube
que los siglos y los mortales jamás vieron; y en lo alto
merodea la sombra vigilante del milano negro,
alas extendidas que aprovechan la tregua de los cierzos.
Carboneros, reyezuelos, verderones, abubillas,
colirrojos, currucas, buitrones y zarceros
acompañan con ausencia la memoria del abuelo,
un viejo huyendo, casi adolescente, por el monte
en los tiempos azarosos de la guerra.
Un colorín le silba en el oído que el infierno entonces
no era otra cosa que un cielo pálido y sin ellos.
MCH
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