Hay quien piensa que se trata de
un ser mitológico, que en realidad no existe más allá de nuestra imaginación. Algo
así como un amigo invisible que empleamos cual comodín en algunos de esos viajes
raros que frecuentamos; pero lo cierto es que, tras comprobar su compulsiva afición
al arroz en todas las variantes posibles o la inexplicable tendencia a fusilar fotográficamente
y en ráfaga a toda ave que se cruce en su camino, hemos de constatar que él es de
verdad. Por las noches nos lo advierten sus ronquidos leoninos y por el día su caminar
pausado y de buena gente, atento a trinos y gorgoritos de todo tipo de pájaros,
pajaritos y pajarracos.
Y el caso es que ya va para muchos
años que confluimos en esa afición tan nuestra de recorrer trochas, caminos y senderos
de todos los lugares que en este mundo son. Y cuando va acabando un viaje, nuestras
mentes al unísono van pensando en atravesar nuevas fronteras, aunque se pierdan
en la niebla y a veces, dentro de ella, veamos unicornios.
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