Cuando alguien te invita, junto a
otros colectivos, a participar en unas jornadas sobre cualquier tema, pero más
aún sobre algo tan sensible como la memoria histórica, en la que, dadas las
circunstancias del país, es más que necesario tejer redes y poner en común
experiencias que permitan salir de la orfandad, no se puede cometer la
desconsideración (o algo más) de dejarte fuera de las conversaciones que se
suscitan después de las conferencias o las mesas redondas. Todo el mundo sabe
que es ahí, en el tercer tiempo, que diría un aficionado al rugby, ya libres de
la presión de lo formal, cuando es más fácil establecer vínculos en pos de un
trabajo bien hecho.
El hecho de ser los invitados
locales no es excusa, salvo que existan otras razones eminentemente oscuras.
Tampoco es desatención del protocolo porque no te guste ser protocolario. Es
otra cosa.
Y sobre todo, sobre todo, es muy,
muy cutre.
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