Los campos de batalla eran después un sembradío de muertos
y una coral de heridos deambulantes lamentándose de sus amputaciones.
Entonces, entre el humo y las nieblas de la guerra,
era el momento de los buitres, de los cuervos y de las rapaces.
También de los que, ahuyentando la voracidad de las aves, alimentaban la suya propia.
Botas para los descalzos, mantas para los friolentos,
espadas y arcabuces para aquellos que cultivan el miedo del mundo.
Todo vale en tierra de forajidos donde reina la parca.
¿Quién enterrará entonces a los cadáveres?
¿Quién caminará como un justo entre la muerte?
¿Quién escapará de la pestilencia acercando un saquito de lavanda a su rostro, mientras ella, con su cuchilla tajadora, encuentra su lugar?
MCH

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