Recuerdo las clases particulares del verano repletas de fracciones y diagramas de Venn, de trenes que salían de dos puntos equidistantes para encontrarse, sin sobresaltos, en un lugar indeterminado al final del problema.
Recuerdo las tablas de química y el volumen de un prisma en días de calor y moscas.
Recuerdo los paralelepípedos a la sombra de las higueras.
Recuerdo los objetos directos y los compañeros circunstanciales.
Pero también los caminos umbríos y el sonido siseante de las ruedas de la vieja bicicleta, el sudor al final de la cuesta del Portillo, los baños en la marisma, el olor del óleo y la trementina, los libros de Hemingway, el rítmico golpeteo de mi abuelo tumbado afilando el dalle...
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