Lo más entretenido ha sido la cara de pasmo, o de haberse tragado un
sable, de Susana. Y también imaginarme la de los supertacañones, esos
que están en el Olimpo de las promesas incumplidas por el PSOE y que
desde su posición se entregan a la intriga a poco que el muñeco se
desvíe. Tampoco ha estado mal la dimisión del portavoz parlamentario,
ese muchacho que puede decir “digo” o “diego” según la mano negra que le
dé la cuerda. Roma, ya se sabe, no paga traidores. Y mentiría si dijera
que no me gustaría haber visto la reacción de ese triste que preside la
querida Asturias, pero eso ya habría sido demasiado regocijo para un
día. Y luego está lo del amigo Patxi, un tipo que hasta el momento me
caía relativamente bien y aún no sé a qué carta quedarme, pero que me da
en la nariz que jugaba el papel del tapado que le iba a quitar votos en
el norte, donde no llega aún el “encantamiento” de la lideresa del sur,
al sorprendente ganador. Y qué decir de él, el príncipe destronado,
P.S. oeeee, oeeee, oeeee... Pero si han cantado La Internacional, y
hasta he visto una tricolor. Joder, he estado a punto de emocionarme. Me
encanta la alegría de los militantes, la verdad. Pero lo cierto es que
es lo mismo que cuando ves a los hinchas de un equipo de fútbol que no
tiene tus simpatías. Por ejemplo, ése que acaba de ganar la liga. Y
dices, pero qué contentos están, y te alegras de que estén contentos,
pero así como algo ajeno. Como que esa fiesta no va contigo.
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