Ayer tuve la oportunidad de participar en un recital poético en Torrelavega, dentro de las jornadas que se realizan en el Aula Poetica José Luis Hidalgo. Un placer volver a recitar con Raquel Serdio y con Vicente Gutiérrez. Y mi agradecimiento a Rafael Fombellida y Carlos Alcorta, encargados del acto, por acordarse de mí para este evento.
Esta circunstancia me permitió volver sobre los versos de un poeta que desapareció demasiado joven, pero que sorprende vivamente por su hondura y su madurez. En estos casos no queda más remedio que pensar hasta dónde habría llegado en su quehacer poético sin su muerte tan prematura.
Añado mi pequeña intervención de ayer a este respecto.
"Hacía tiempo que no
regresaba a la poesía de José Luis Hidalgo, enfrascado en otros poetas
cotidianos, pero en estos días he vuelto, cosa que tengo que agradecer, y
mucho, a esta cita de hoy. Y al detenerme en sus poemas, para seleccionar
alguno de ellos como lectura en esta jornada, he vuelto también a su corta vida
y a su temprana muerte.
Según leo fue
maestro, fue pintor, soldado censor de muertos y poeta.
Y con todo ello, se
diría que José Luis Hidalgo, sobre todo, fue en sí mismo una obra sin terminar
o un hermoso boceto. O tal vez un poema inacabado, una suerte de versos que se
deben añadir a ése, su último libro. Una desgraciada muerte entre los muertos
que en su libro se suceden.
Si Cesar Vallejo
auguraba en un poema que “un día (del que ya tengo el recuerdo) me moriré en
París con aguacero”, José Luis Hidalgo, en una pavorosa carambola, iba más allá
y se convertía en el último poema de su libro “Los muertos”. Con ello, y desde
luego junto a la alta calidad de su verso, se encumbró en ese parnaso especial
de los poetas que murieron demasiado pronto. A ellos la muerte les cercenó la
obra que no nos pudieron legar y a nosotros nos abandonó en la nostalgia".
No hay comentarios:
Publicar un comentario