Subimos a La Collada casi sin querer, intentando evitar al rebaño del pueblo y a los mastines que lo defienden.
Por
el camino, a media subida, Sol encuentra, tras mucho tiempo, el trozo
de obús que dejó bajo una piedra junto al que su padre escondió cuando
era niño. Y mientras estamos en eso escuchamos indignados el sónido
áspero de varias motos de trial que llevan nuestro mismo camino. Mientras seguimos subiendo penosamente las vemos ir de un lado para otro en lo alto, zascandileando cerca de los restos de las trincheras de la guerra.
Si este país fuera como hay que ser, las construcciones que poco a poco van desapareciendo en el abandono allá arriba estarían consideradas patrimonio cultural a defender. Pero para eso, si este país fuera como hay que ser, no se abandonarían tampoco las humanidades en favor de otros conocimientos en los que su base y objetivo primordial es pasar la vida compitiendo. Y entonces, si este país fuera como hay que ser, se olvidarían las motos en el llano y se ascendería a contemplar las trincheras donde sufrieron nuestros abuelos con reverencia y respeto, porque tanto indocumentado que hay en este país sabría perfectamente lo que significó la guerra del abuelo.
Camino pensando en todo esto hasta el arroyo que llega al pueblo, antes de que se acerque la noche.
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