Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

jueves, 13 de junio de 2024

¿Quién teme a Francisco Franco?


Para el memorialismo, surja de la acción civil o del debate parlamentario, el patrimonio incómodo susceptible de recibir protección y de ser puesto en valor se circunscribe, casi por sistema, a la topografía del terror. Esta le interesa porque le sirve para destapar lo que el régimen totalitario o dictatorial de turno mantenía oculto, mientras que en el aparato monumental de la victoria no alcanza a ver sino lo que el poder quería mostrar. Walter Benjamin tenía razón cuando decía que "la memoria se asemeja a los rayos ultravioleta capaces de detectar aspectos nunca vistos de la realidad". Al mirar con los ojos de las víctimas, la memoria histórica ve lo visible de lo invisible y lo invisible de los visible: la verdad de los lugares de horror y la falsedad de los lugares de humillación; suplicio y asesinato en los primeros y olvido premeditado (segunda muerte) en los segundos. La suya es una mirada reveladora y renovadora, como la de tantos movimientos que luchan por la dignificación y liberación de la infinidad de perdedores que el matadero de la historia y el huracán del progreso van dejando en la cuneta (minorías oprimidas, pueblos colonizados, cuerpos racializados), pero al igual que la de sus congéneres, la suya es asimismo una mirada interesadamente selectiva, unifocal, estrábica, polarizada, hemipléjica, onfaloscópica, por cuanto está supeditada a un "deber" inexcusable que suele nublarle la vista a consideraciones e intereses de otra naturaleza. A los no-patrimonios legados por las etapas históricas de mayor violencia política, los militantes de la memoria no acuden en primera instancia a buscar la "instrucción y emancipación" de todos, sino al resarcimiento terapeútico de los propios (de sus víctimas, tratando en primer lugar de liberarlas del negro pozo del olvido en que diferentes regímenes, de la dictadura a la democracia, las han ido hundiendo sucesivamente) y el reconocimiento luctuoso por parte de los otros (de cuantos a conciencia o por omisión han contribuido a perpetuar dicho olvido). Su propósito no es comprender el pasado, sino sacar a la plaza su injusticia y pedir ese mínimo de justicia o desagravio que el recuerdo y duelo públicos puedan brindarle, en la medida que simbolizan la aceptación colectiva de la significación del daño cometido. Justa causa, ciertamente, pero causa ex parte, a fin de cuentas, con un elevado riesgo de caer en el sectarismo, de pecar de maniqueísmo, de sucumbir al revanchismo, de incurrir en el simplismo, de excederse en el subjetivismo y de dejarse llevar por las emociones en detrimento de la razón. 

Daniel Rico.
¿Quién teme a Francisco Franco?. Memoria, patrimonio, democracia.
Nuevos Cuadernos Anagrama.



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