En el sur del sur,
con la capacidad intacta de avizorar el completo
escenario
donde se dirimen las disputas humanas
contra todo lo que vive,
contra todo lo que se mueve,
contra todo lo que nace y respira,
contra todo lo que florece
y lo que repta, vuela y camina
en el sur del sur.
Como desde un atril imaginario,
atenta a la música que trae el viento,
frente a la tensa vibración de instrumentos de cuerda
y el roce de las hojas en los árboles,
golpean en percusión xilófonos de mar, como castañuelas,
piedras que arrastra la corriente,
caparazones de molusco
y el pico brioso del pájaro carpintero en la madera.
Todo suena, todo suena, hasta el silencio es sonido
en un inmenso concierto de calma y de aflicción.
Y entonces ella,
en un gesto inequívoco,
dispone arpas y vihuelas,
guitarras, trompetas, caramillos, oboes, zanfonas,
guimbardas y tambores.
Golpea después el aire suavemente,
como ala de ave levantando la noche.
Y luego, ordena el mundo.
MCH
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