EXALTACIÓN DEL INVIERNO
Alegrémonos amigos, compañeros, estrictas sombras
en lo oscuro, embajadores del averno, rucios
y fatigados
espectadores de la lluvia. Ya es nuestra la
ventana
y la mesa que a su vera, en su colmada
superficie,
refleja las poderosas gotas del invierno.
Desde ella veremos cómo las damas saltan los
charcos
y cómo se pasa la vida, cabalgando.
Durará la tregua al menos unos meses, cien o
doscientas
noches empapadas. Absorberá nuestro hígado
sufriente
un alto porcentaje de razones. Se hará la
conversación
gozosa y calmada, y nuestras gargantas no
serán más
endebles cavernas matutinas. Contentémonos
amigos
porque seremos perdonados por la helada.
Absueltos de la imperfección y de la culpa,
de los estómagos propensos a terribles
hinchazones,
de nuestra forma de ver y también la de
mirar.
Seremos otra vez príncipes de la noche.
Ya se fueron los intrusos. Abandonaron el
campo
los bronceados capitanes de velero, los
musculosos nadadores
las turbias señoritas de tirantes
desaforados.
Se han ido por el fondo del desagüe los duros bebedores
de largo vaso y frente alta. Por no quedar,
no quedan ni tenistas.
Se los llevaron del codo, en primorosa
carambola,
las inocentes, las olímpicas, las exquisitas
lanzadoras de jabalina.
Brindemos por ello mis leales, que la plaza
está vencida
y el cielo nos promete extensas madrugadas de
rayos,
truenos y centellas. Y un manantial de
espléndida cerveza
en cuanto nos acerquemos a la barra,
si a falta de más crédito disponemos de una bolsa
llena.
Mariano Calvo Haya