Salimos con tiempo inclemente y
casi de anochecida a caminar con el perro por los prados cercanos a la marisma.
El vecino, que ya está a punto de plegar y dar la jornada por concluida, nos
advierte con tono jocoso: “-¿Adónde vais, que os va a pillar el sacauntos?”
Y entonces yo me acuerdo de que a ese
monstruo horrendo de los miedos infantiles también le dicen sacamantecas y que
en otras partes, quizá por extensión, amenazaban a los niños con el lobisón.
En mi pueblo, incluso, cuando yo contaba con siete u ocho años de edad, tenía hasta apellido, o mote, vete tú a saber, y le
conocían por Carreras. En otros sitios era Camuñas.
-“Que va a venir Carreras y te va
a llevar como no te portes bien”
Y no es que a partir de ese
momento te portaras bien. O mal. Es que te quedabas inmóvil y fuera de combate para
un rato largo.
Carreras, por lo que con el
tiempo me dijeron, vivía en una caseta a las afueras del pueblo que, aparte de
a sus deteriorados huesos, alojaba también un transformador eléctrico y, por lo
que fui adivinando con los años, no era más que un pobre hombre, víctima de la
depauperada época y de la inextinguible exclusión social.
Entonces los miedos quizá eran pueriles. Aunque había otros que afectaban a los adultos, bastante más serios y enigmáticos, tales como el de
hablar de no sé qué guerra que había habido además del miedo a que volviera el
hambre. Ése, lo entendíamos bastante mal, puesto que a nosotros el hambre nos
regresaba todos los días a las pocas horas de la merienda. Como poco.
Hoy los miedos han vuelto junto
con los sacauntos de mi vecino, pero éstos ya no tienen nada que ver con desgraciados
que arrastran como pueden sus miserables vidas. Y tampoco es fácil que te los
encuentres en descampado. Según me parece, hoy los sacauntos viven confortablemente, no salen a acechar a los paseantes por los prados (menuda ordinariez),
y anuncian con gesto fingido el final de la crisis, el final del paro, el final
de los ajustes finos y gruesos, el final de lo que haga falta, siempre y cuando
a ellos no los descabalgue de sus monturas de papel.
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