La otra noche yo era un tremendo compositor con toda una orquesta en la cabeza, con sus dorremís y sus claves de sol, y sus andantes y sus allegros y allegretos. Experto en clavicordios y tubas y trombones, en violas y violines, en bajos y contrabajos, en zamfonas y vihuelas.
Todo un virtuoso.
Pero, ay, en el momento definitivo, a las puertas de la gloria, poco antes del inicio del concierto de mi vida toda la música se me esfumó de la memoria.
Y entonces llegó la angustia, la que serpentea por debajo de las circunstancias.
Y después de la angustia sobrevino un intenso malestar de cervicales, producto seguramente de la tensión y de una mala postura del cuello sobre la almohada.
Y por fin me desperté.
Dolorido y aliviado.
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