Llego tarde a un coloquio sobre poesía (tuve que ir al
aeropuerto a despedir a unos amigos que regresaban a Chile, aunque me da que no
querían irse). Llego tarde, como digo, a un coloquio de poesía y, por llegar,
escucho a un ponente, en alegoría bélica, que el poeta debe declarar la guerra al lector. Manera
sencilla de justificar lo ininteligible. Es decir, el puto Parnaso al que no
entra ni dios que no sea poeta.
Y bueno, tal vez haya que declarar la guerra al lector, pero
sin desarmarlo, sin dejarlo a oscuras. Dando la oportunidad de interpretar, de
reescribir, de jugar con las palabras, rotas o intactas. Y entonces el lector,
armado, podrá hacer suyo el poema.
Lo contrario, en mi opinión, pasa por pegarle desde retaguardia un tiro en el
pie a las musas.
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