No sé quién hizo la fotografía
pero reconozco el lugar y a la mayoría de los críos que observan atentos el
balón. También reconozco el tiempo en el que sucedió porque, probablemente, yo
estaba allí.
Éramos niños de la calle y
cualquier espacio más o menos allanado nos valía para correr detrás de una
pelota. Sin embargo los partidos más serios los disputábamos fuera del barrio.
Unas veces en las pistas de La
Salle y otras en los prados que había antes de llegar a
Monte.
El patio de La Salle sigue existiendo,
aunque ya no reciba las visitas de los niños del vecindario. En los prados
ahora, tal vez como un hecho de justicia tardía o de broma del tiempo, hay
varios campos de fútbol de reglamento, como los balones que casi nunca tuvimos.
Nos arreglábamos con lo que nuestros pocos recursos o nuestra
imaginación podían encontrar.
Mi madre me cosió en una ocasión
un número cuatro blanco y primoroso, que compré en una tienda de deportes de la
calle Alonso Vega, a una camiseta de pijama de color verde. Y esa fue mi equipación
deportiva de aquellos días.
Una vez recogí en ella a una cría
maltrecha de halcón peregrino. Pero esa es otra historia.
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