De noche cruzo los jardines de Yolanda, en el mismo barrio de donde la secuestraron los fascistas para asesinarla cuando aún éramos todos demasiado jóvenes.
Y hoy, que ya tengo una edad que a ella le impidieron, paso junto a su nombre con la misma angustia de entonces. Un rostro dulce y desconocido en un periódico con el que comenzamos a aprender, cruelmente, que la vida no era un juego.
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