Son supervivientes y a la vez siguen saboreando el placer de
vivir, la observación de un mundo que se mueve, en ocasiones demasiado, y las
conversaciones tranquilas y templadas. Vienen de otro tiempo, más áspero. Pero también de épocas en
las que todo era más llano entre la gente de bien. Luchar era luchar y no otra
cosa. Y así iban sacando adelante a la prole hasta que los años desvaídos ganaran
el color de la dignidad. La que ellos siguen llevando en la mirada decidida y
en la memoria.
Son los nuestros. De los que venimos. A los que les debemos las palabras que nos sitúan en la vida. Arriba, abajo; compañero, jefe; amigo, ausencia... De los que aprendimos el lenguaje de las manos, las mismas que nos alimentaron, nos acariciaron y nos marcaron el camino que es la vida.
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