Santiago de Cuba.
Fotografía que me remite Pedro Rodríguez.
Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago
viernes, 30 de noviembre de 2018
miércoles, 28 de noviembre de 2018
El cementerio inglés
Hace muchos años que no me acercaba por allí; tantos como para que el olvido se hubiera asentado estratégicamente entre mis recuerdos. Es el cementerio protestante de Cazoña. Está allí desde 1864, antes de que el barrio de Cazoña, tal como lo conocemos ahora, existiera.
Hoy se guarda entre edificios, como una isla de otro tiempo, escondido del fárrago urbano, pero a mis doce o trece años, cuando desde el Paseo del Alta caminábamos hasta Peñacastillo en busca de cuevas y de rocas que trepar, se alzaba allí, solitario entre prados y callejos. Era nuestra primera parada en la ruta del misterio y la aventura que nos ha traído hasta aquí.
jueves, 22 de noviembre de 2018
Vagabundear
La canción es de Serrat, sin embargo a mí siempre me gustó más la versión de Nuestro Pequeño Mundo. Un grupo de cuando empezábamos a interesarnos por el folk y de pronto nos sorprendía con música de muy lejos, de lugares que ni soñábamos visitar algún día.
Luego sí que hemos vagabundeado por algunos sitios. Y J.R. y yo la hemos entonado unas cuantas veces por alguna que otra selva y por alguna que otra carretera austral.
Con más o menos fortuna. Pero eso qué más da. Qué más da.
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martes, 20 de noviembre de 2018
Acostarse temprano
Es en Érase una vez en América,
la gran película de Sergio Leone sobre el mundo de los gangsters, donde
Noodles, el personaje que interpreta Robert de Niro, regresa, ya maduro, huraño
y decaído, a su barrio, después de 20 años de ausencia, huyendo de su destino.
Un amigo de infancia y de juventud, que ahora regenta el bar de su padre, le
abre la puerta y con la sorpresa inicial, mientras titubea, le pregunta, ¿qué has hecho durante todos estos años,
Noodles?
La lacónica respuesta de Noodles
encierra toda una lección de vida y de soledad: “Acostarme temprano”.
Está claro que Noodles es un
pelanas, tal como en otra secuencia del largometraje le escupe la protagonista
femenina, con la mirada más fría y decepcionada que se haya podido vislumbrar
en la Historia
del Cine.
Al menos es un pelanas, un
chiquilicuatre, un zascandil, para aquellos que saltan como gamos por los
vericuetos de cualquier actividad en busca del triunfo y del éxito a costa de
lo que sea. Pongamos que en una actividad artística. Pongamos que en la
literatura. Pongamos que en la poesía, por ejemplo.
Si Noodles fuera un poeta en
lugar de un gangster retirado, sería un poeta menor, un poeta de provincias, un
poeta condenado al aislamiento, al silencio y a la oscuridad, porque los focos
y los brillos estarían en otra parte. Tal vez en las camarillas y en los
conventillos donde se reúnen en manada aquellos vates que tienen claro el
concepto de lo que es prosperar a dentelladas o los que acostumbran a encadenar
versos –o lo que sea- con la fluidez de las metralletas que apuntan
continuamente contra cualquier rival. Tal vez, si Noodles fuera un poeta de
orden estaría a la sombra confortable de un poder abrasivo al que le importa
menos un buen poema que el supremo arte –o artificio- de las mentiras, al que
adora con delectación y al que se entrega con extrema suficiencia. Ejemplos hay
a lo largo de los siglos: De poetas sumisos, digo. El poder siempre es el
mismo.
Tal vez, si Noodles fuera un
poeta como hay que ser, ya llevaría un currículum de premios, títulos y
homenajes tan pesado como su vanidad y casi siempre como su pedantería.
Pero Noodles, que no es un poeta
y que pasa de las modas, que pasa de las corrientes – porque al final siempre
dan frío-, que pasa de las reatas de poetas que miran siempre por encima de sus
hombros, que pasa del falso porvenir y de la vana gloria de los escaparates, es
solo alguien que observa con atención alrededor, que lee mucho, que escribe más
bien poco o quizá lo justo y que, sobre todo, sobre todo, como un pelanas
cualquiera, acostumbra a acostarse temprano.
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miércoles, 14 de noviembre de 2018
Matar gorriones
Cuando éramos críos
aguardábamos como sombras en la maleza
a que los gorriones acudieran al gallinero
para compartir el grano con sus primas, las esclavas.
Cuando ya había suficientes,
mi compinche se acercaba con un bastón
y montaba una carnicería de pardales
mientras yo cerraba la puerta. No fuera a ser
que alguno escapara de la tremenda escabechina.
Luego contábamos los muertos
como se cuentan las cabezas de enemigos desconocidos
y más tarde nos marchábamos
a la orilla de la marisma cercana
para aliviarnos desnudos en el barro
de nuestras almas negras e insensatas.
Hoy, tantos años después, mientras observo en el jardín
el aleteo de otras aves con más suerte
aún vuela sobre mí
la parda agitación de su inocencia.
MCH
jueves, 1 de noviembre de 2018
La Busca
-Anda tú, vamos- dijo Vidal a Manuel.
-¿Adónde?
-Con los Piratas. Hoy tenemos cita; nos estarán esperando.
-Pero, ¿qué piratas?
-El Bizco y esos.
-¿Y por qué los llaman así?
-Porque son como los piratas.
Bajaron Manuel y Vidal al patio; salieron de casa y descendieron por el arroyo de Embajadores.
-Pues nos llaman los Piratas - dijo Vidal-, de una pedrea que tuvimos. Unos chicos del Paseo de las Acacias se habían formado con palos, y llevaban una bandera española, y, entonces, yo, el Bizco y otros tres o cuatro empezamos con ellos a pedradas y les hicimos escapar; y el Corredor, uno que vive en nuestra casa y que nos vio ir detrás de ellos, nos dijo: "Pero vosotros, ¿sois piratas o qué? Porque si sois piratas debéis llevar la bandera negra". Y al día siguiente yo cogí un delantal obscuro de mi padre y lo até en un palo y fuimos detrás de los que llevaban la bandera española, y por poco no se la quitamos; por eso nos llaman los Piratas.
Pío Baroja.
La Busca
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