Es en Érase una vez en América,
la gran película de Sergio Leone sobre el mundo de los gangsters, donde
Noodles, el personaje que interpreta Robert de Niro, regresa, ya maduro, huraño
y decaído, a su barrio, después de 20 años de ausencia, huyendo de su destino.
Un amigo de infancia y de juventud, que ahora regenta el bar de su padre, le
abre la puerta y con la sorpresa inicial, mientras titubea, le pregunta, ¿qué has hecho durante todos estos años,
Noodles?
La lacónica respuesta de Noodles
encierra toda una lección de vida y de soledad: “Acostarme temprano”.
Está claro que Noodles es un
pelanas, tal como en otra secuencia del largometraje le escupe la protagonista
femenina, con la mirada más fría y decepcionada que se haya podido vislumbrar
en la Historia
del Cine.
Al menos es un pelanas, un
chiquilicuatre, un zascandil, para aquellos que saltan como gamos por los
vericuetos de cualquier actividad en busca del triunfo y del éxito a costa de
lo que sea. Pongamos que en una actividad artística. Pongamos que en la
literatura. Pongamos que en la poesía, por ejemplo.
Si Noodles fuera un poeta en
lugar de un gangster retirado, sería un poeta menor, un poeta de provincias, un
poeta condenado al aislamiento, al silencio y a la oscuridad, porque los focos
y los brillos estarían en otra parte. Tal vez en las camarillas y en los
conventillos donde se reúnen en manada aquellos vates que tienen claro el
concepto de lo que es prosperar a dentelladas o los que acostumbran a encadenar
versos –o lo que sea- con la fluidez de las metralletas que apuntan
continuamente contra cualquier rival. Tal vez, si Noodles fuera un poeta de
orden estaría a la sombra confortable de un poder abrasivo al que le importa
menos un buen poema que el supremo arte –o artificio- de las mentiras, al que
adora con delectación y al que se entrega con extrema suficiencia. Ejemplos hay
a lo largo de los siglos: De poetas sumisos, digo. El poder siempre es el
mismo.
Tal vez, si Noodles fuera un
poeta como hay que ser, ya llevaría un currículum de premios, títulos y
homenajes tan pesado como su vanidad y casi siempre como su pedantería.
Pero Noodles, que no es un poeta
y que pasa de las modas, que pasa de las corrientes – porque al final siempre
dan frío-, que pasa de las reatas de poetas que miran siempre por encima de sus
hombros, que pasa del falso porvenir y de la vana gloria de los escaparates, es
solo alguien que observa con atención alrededor, que lee mucho, que escribe más
bien poco o quizá lo justo y que, sobre todo, sobre todo, como un pelanas
cualquiera, acostumbra a acostarse temprano.
No es malo acostarse temprano. Casi todo lo que tiene interés en la vida pasa a primeras horas de la mañana.
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