Gabriel reparó en una mesa próxima en la que se hacía entender a gritos un grupo de jóvenes ingleses, todos borrachos o en las inmediaciones de la borrachera. Interrogó con una mirada a Carmen, que captó en detalle la pregunta. "Actores", explicó en las menores palabras. Gabriel dedujo de ahí que en algún lugar de la comarca debían de estar grabando una película. Se quedó mirando en su dirección, como si fuesen los tártaros que al fin atacan. Uno de los que integraban el grupo reparó en el poeta, que mecía la copa de ginebra con un baile monótono de su mano. Cruzaron y mantuvieron sus miradas. La de Gabriel era de admiración, pues la profesión de actor le despertaba asombro desde siempre, porque obligaba a uno a vaciarse y a llenarse con una identidad que no le pertenecía más que por algún tiempo, el que llevase rodar sus escenas. La mirada del actor, en cambio, a Gabriel le pareció de desdén, como si le resultase indigno beber con poca compañía, apoyado en una barra y buscando el modo de emborracharse sin piedad. Ese desdén le hizo pensar en aquel hermoso diálogo entre el embajador de Inglaterra -cuyo nombre obviamente no recordaba- y Abraham Lincoln, mientras este adecentaba sus botas con un trapo. El primero le hizo saber con arrogancia que los caballeros ingleses nunca lustraban sus botas. Lincoln dejó en ese momento de lustrar su calzado, levantó la cabeza y preguntó: "¿Las botas de quién lustran ustedes?"
Fin de Poema.
Juan Tallón.
Editorial Alrevés S.L.
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