Me pregunto si
en el último instante
su mirada fue como un muro de ladrillo
topando contra el aire impenetrable.
Me pregunto si alcanzó a sentir
el fantasmal rumor de los pasos en formación
de una triste e invisible caravana de espectros.
Si escuchó una música de muertos.
Y mientras respiro angustia de acero,
piedras y vidrios rotos
en este tiempo de paz fingida,
aún no sé si nosotros miramos hoy,
de igual manera,
con los mismos secos ojos,
cómplices también
del frío ajeno de la Historia ,
la larga calle de Auschwitz
desde el patíbulo donde Rudolf Hoess,
comandante de campo,
rindió a la humanidad
su postrero y único servicio.
Mariano Calvo Haya
La madera que arde
Eolas Ediciones
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