"Las palabras escritas, desde los tiempos de las primeras tablillas sumerias, estaban destinadas a pronunciarse en voz alta, puesto que los signos llevaban implícitos, como si se tratara de su alma, sus propios sonidos. La frase clásica scripta manent, verba volant - que en nuestro tiempo ha pasado a significar "lo escrito permanece, las palabras se las lleva el aire"- significaba antiguamente lo contrario, se acuñó en alabanza de la palabra dicha en voz alta, que tiene alas y puede volar, comparándola con la palabra silenciosa sobre la página, inmóvil, muerta. Enfrentado con un texto escrito, el lector tenía el deber de prestar su voz a las letras silenciosas, a las scripta, para permitirles convertirse, según la matizada distinción bíblica, en verba, palabras habladas, espíritu".
Una historia de la lectura.
Alberto Manguel.
Alianza Editorial.
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