Ya no hacemos grandes distancias.
No cruzamos mares a merced de las olas y las corrientes
ni volamos a las páginas lejanas de un libro adolescente.
Damos pasos lentos que contamos en pequeños kilómetros a la redonda.
Solo usamos la brújula para averiguar el lugar en el que se encuentra la esperanza.
Mientras tanto, imaginamos el mundo en el envés de una hoja de otoño.
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