A Martín llevo viéndolo en los mismos lugares durante años. Al principio creí que era una centella o una alucinación tornasolada. La mayor parte de las veces lo escucho cantar antes de que se presente ante mi y se convierta en una flecha. Es un sonido que recuerda lejanamente a la melodía de un grillo, aunque más tenue. Luego sí, luego aparece en un visto y no visto, en un juego recurrente de irás y no volverás. Él se burla mientras se aparta hacia otros inescrutables posaderos y yo regreso cabizbajo a mis quehaceres, pensando en que en la siguiente cita se detendrá un momento. Tal vez el tiempo suficiente para que pueda enfocarle y apretar el disparador. Aunque sea, como esta vez, a una distancia que no permite mayores confianzas.
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