Extraigo de mis días los lugares a los que la vida me trae.
Recorro sus veredas y me detengo ante un débil aleteo,
ante una superficie de hielo en la que contemplo lo que nunca fui
y lo que jamás podré ser. Voy de una luna que me aguarda
temerosa en el próximo cielo a dos estrellas imaginarias
que parpadeaban antaño, cuando éramos metales en el fuego,
dúctiles como el tiempo del aprendizaje y del arraigo.
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