Pero hace días he regresado de la península de
Varanger, a un puñado de kilómetros de ese finisterre. En la ciudad de Vardo, a
orillas del Mar de Barents, he mirado de frente durante unos minutos a otro
abismo. Y jamás he llegado a Cabo Norte.
A los diecisiete años me compré una guía de
los países escandinavos y un mapa que, en mi imaginación, me conducía
directamente allí. En aquellos momentos aquel debía ser, al menos así
supongo, el paraje más remoto que alcanzaba mi óptica del mundo. Y es que por
entonces mis viajes más lejanos habían transcurrido siempre sobre el papel y a
lomos del caballo de Miguel Strogoff o en la goleta llamada La Hispaniola con Jim
Hawkins de comparsa.
Luego ya he estado en algunos sitios más y he
leído suficientes libros para poder contar con otros compañeros de
viaje.
Pero ninguno de ellos me ha acompañado a Cabo
Norte.
Y ya tampoco viene a cuento.
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