Algún día saldrá a la luz desde
algún intrincado recinto dedicado a la ingeniería de movilización de voluntades. Y
alguien, un arrepentido tal vez, nos hará saber cómo y de qué modo, como si de
un soufflé se tratase, a golpe de encuestas y de cámaras, se cocinó en primera
instancia el auge del Partido del Verbo en primera persona del plural y, en
segunda, el del Partido en el que podríamos estar todos, salvo los que no sean
de ciudad. A gusto del consumidor. En realidad, con la denominación de cualquiera de los dos podríamos
identificarnos todos sin que nos costara nada y sin necesidad de levantar la
alfombra para mirar lo que hay debajo. Pero tal uniformidad, algo tan sin
matices, es precisamente lo que me produce la desconfianza del lobo. Esa que me
hace olfatear no se qué oscuros motivos de dominación.
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