Montevideo /Uruguay. Septiembre 2014.
No sé si alguna vez les ha pasado
a ustedes, pero no encontré ni a Eduardo ni a Mario, aunque me tropecé en todas
las calles y me paré en todos los libros, aunque vislumbré muros volanderos, flores
que nacían de los adoquines, placas de metal llegadas desde Belfast, el
fantasma de un Quijote encarcelado.
Pero no llegué a encontrarlos. Desayunándose
medias lunas con café, conversando en la penumbra de los días ciegos y de las noches sin alma
que aún nos quedan. Asomados a la orilla de ese mar que no es un mar, sino un
bosque lleno de olvidos y de abrazos.
A la izquierda del roble. Según
mira el vagamundo.
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